jueves, 30 de octubre de 2014

Cuestión de valor.

Es necesario tener mucho valor para vivir con un problema. Eso es cierto. Pero se requiere aún más valor para admitir que ese problema existe, que ese problema nos impide convertir nuestra vida en algo rutinario, en algo... normal.

El mundo suele enseñarnos que hay que huir hacia delante; que la mejor forma de afrontar algo es no hacerle caso. Puede que sea cierto, pero cuando el problema se ha instalado en ti, estará contigo vayas donde vayas.

Hace cinco años... huí. Con la mente dividida, pensaba que lo negativo se quedaría aquí mientras yo estaba allí. Pero también creía, casi sin quererlo, que si el causante -yo- iba, los problemas volverían a surgir. No sé lo que pasó, realmente. Si mis experiencias posteriores se basaron en la primera o la segunda idea, o incluso en una mezcla de ambas.

Cuando salí de un año complicado, me negué a buscar ayuda real. Huí hacia delante, y lo hice con valor. Por las noches me flagelaba, y a la mañana siguiente iba a clase. A las tres, lloraba, y a las cinco fingía sonreir. El sábado salía, y al poco me escondía en un rincón. Los primeros meses, intentaba amar, y al tercero me era imposible mirarlo a la cara.

Ser normal... cuando te sientes incómodo con tus amigos. Cuando ir a comprar el pan supone enfrentarte a la ansiedad. Cuando el espejo te mira con odio y tú lo miras con miedo. Ser normal cuando no confías en ti ni en tu valor en esta vida. Ser normal, se antoja complicado.

Pero si hay algo realmente complicado, si existe una verdadera cuestión de valor, esa es parar. Es reconocer que existe un problema. Admitir que la única forma de superarlo es enfrentarlo, no dejarlo atrás. Que es necesario dedicarle tiempo... invertir tiempo en ti mismo. Si hay algo que requiera más valor que cargar con algo en una huída hacia delante, es, sin duda, reconocer que, si quieres seguir adelante y alcanzar tus metas... tienes que curarte.

domingo, 5 de octubre de 2014

Cuestión de paraísos.

Suena Lost in paradise, y me pregunto si alguna vez dejé de estar... perdido. Puede que no. Puede que sí. Puede que ninguna de las respuestas sea correcta.
He pasado un par de días en aquella ciudad, y reconozco que me han gustado. No sé si ha sido el sentirme acompañado, el reencontrarme con personas y lugares, o, simplemente, que tenía necesidad de desconectar. Sea como sea, la ansiedad bajó bastante su intensidad, los pensamientos empezaron a ir un poco más lentos y yo me sentí un poco más libre.

Es curioso, ¿no? Hasta hace apenas unos meses, aquella ciudad se había convertido en una jaula, una especie de cárcel, y era aquí, en casa, donde me sentía "libre". Ahora que vuelvo a vivir en casa, la situación se invierte. Puede deberse a que siempre he sentido esa necesidad de escapar del lugar en el que estoy. Más curioso aún es que, cuando estuve en la ciudad por última vez, hará cosa de un mes, la sensación fue bien distinta. Fue pura incomodidad. ¿Qué ha cambiado, pues?

Quizá ambas situaciones - o mejor dicho, sensaciones - no hagan más que comparar el antes y el después de un momento más o menos concreto, de los días nublados que viví hace unas semanas. Pero si hay una verdad sin quizás, es el hecho de que, lo que me afecta, está dentro de mí. Sí, el entorno y las relaciones influyen, pero no tanto como siempre he pensado. Ni mucho menos.

Suena Loveeee Song, y me pregunto si alguna vez volveré a amar. De hecho, me pregunto si, a caso, no amo ya.